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De roca a canto

 



A propósito de un relevante descubrimiento científico sobre las relaciones entre el cuerpo y la mente, “El País” del 19 de abril último concluye la reseña de esa noticia con unas palabras del vicepresidente de la Sociedad Española de Neurología, el doctor Jesús Porta, que dicen así:

 “...tanto el trabajo de Graziano como el de Gordon y Donsebach muestran que la mente no existe, solo hay cerebro. Desde inicios de siglo, se acumulan las investigaciones que van en la línea de considerar la mente como una función del cerebro: La música es tangible, pero quien la produce es la orquesta".

A mí, el cuerpo y la conciencia me parecen dos expresiones distintas de un mismo y único fenómeno; orientada una de las expresiones hacia el afuera, y la otra hacia el adentro.

Pero decir que la música la produce la orquesta, queriendo sugerir con ello la absoluta dependencia de la conciencia con respecto a la materia, creo que invita a plantear alguna que otra pregunta.

Porque sí, la orquesta produce una armónica vibración, fruto del virtuosismo y el aprendizaje, pero quien escucha, en la música, lo que busca tantas veces es belleza.

Y  pregunto ¿acaso la belleza la produce la orquesta?
 
Es cierto que la armonía de la composición y el virtuosismo en la ejecución nos hacen decir muchas veces: “¡Qué bonito!”. Pero no me refiero a ese tipo de belleza, que tiene más que ver con el buen gusto, como cuando alguien viste muy bien conjuntado, sino que me refiero a esas raras ocasiones en las que de repente algo, música o cualquier otro objeto artístico, nos toma de imprevisto y abre los poros, las entretelas de nuestra piel.

...esa belleza… ¿acaso la produce la orquesta, o sea, la produce el cuerpo?

Evidentemente no, porque eso, lo  que sea eso, emerge cuando el cuerpo se abre. Esa belleza no es algo que se pueda producir, sino algo escondido que ya somos cada uno desde más allá del comienzo de los tiempos. Y es que: mirar lo que en verdad somos, reconocerlo, eso es la belleza.

Podría buscar argumentos, pero sería largo e inútil. Hay cosas que solo pueden saberse acudiendo al fondo del corazón. Y ahí, en ese fondo, lo que sabemos es que la belleza que abre un cuerpo es en realidad o tiene en realidad el nombre de “ternura".

No se trata de argumentos, pero quiero sugerir un breve texto de Camus, "Desierto", incluido en un libro que venero: El verano, Bodas. 

Y finalmente quiero referir un último detalle que me parece muy significativo: en hebreo para decir misericordia o compasión se utiliza la palabra “rahamin”, que es el plural de “rehem”. Esta palabra "rehem"significa útero o matriz. El lenguaje es así, tan revelador… de tal  forma que el plural de “matriz" designa en hebreo los sentimientos de una madre por lo que salió de su vientre. Y curiosamente hay una frase de los Salmos que se ha traducido muchas veces como “no me cierres tus matrices”, cuando lo que realmente se está diciendo, y sería con mucho una mejor traducción, es: 

“no me cierres las ternuras de tu vientre”.

Es exactamente así, la belleza es ternura, y la ternura no la produce la orquesta, sino que emerge en la abertura.

Es como cuando un armónico cruza el universo, o sea, cruza la materia en años de luz.

Ese armónico no es espíritu. El espíritu, como la conciencia, no es nada. No es nada distinto del cuerpo, claro está. Pero lo que sí es el armónico, o sea, el canto, o sea, la música, es un impulso en el cuerpo. Impulso o fuerza interior con la que los cuerpos se deshilvanan, o se liberan  a sí mismos de la tiranía y la costumbre o de cualquier hábito que debilite y empobrezca la vida... mecánicamente, literalmente, como orquesta que "ejecuta" la pieza, la vida, en vez de "amarla", como quien cierra las ternuras de su vientre.

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Disponible en el siguiente enlace: Web de Karima Editora      

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Lectura del texto "Retorno a Tipasa", incluido en "Bodas, El verano",  Editorial Debolsillo